Lecciones de vida de J. Robert Oppenheimer
Oppenheimer necesitó algo más que su brillantez para crear la primera arma atómica del mundo. También utilizó un conjunto intemporal de habilidades de liderazgo.
Ahora que se ha disipado un poco el humo del sorprendente éxito de Oppenheimer, la película, parece natural analizar desde la distancia algunos aspectos clave del estilo de liderazgo del célebre físico estadounidense.
Como todos sabéis, la misión de J. Robert Oppenheimer en el laboratorio del Proyecto Manhattan de Los Álamos, Nuevo México, era crear una bomba atómica práctica y desplegable. La idea era generar una reacción en cadena de neutrones rápidos en un dispositivo que aprovechara el poder destructivo de la fisión nuclear. Es decir, el proceso por el cual un neutrón subatómico choca contra un átomo mayor, excitándolo lo suficiente como para fisionarse, o dividirse, en dos átomos más pequeños.
Hay tres habilidades básicas de liderazgo que Oppenheimer utilizó durante su mandato como responsable del, altamente secreto, laboratorio del Ejército de EE.UU. durante la última etapa de la Segunda Guerra Mundial.
La primera es que a los 38 años, tenía la ambición y la confianza suficientes para dirigir a un grupo de científicos galardonados con el Premio Nobel en una operación sin precedentes en el mundo.
En segundo lugar, se ganaba a la gente gracias a su encanto personal y, lo que es más importante, a su capacidad de persuasión.
Y, por último, tenía la firme voluntad de completar la misión que le habían encomendado.
Pero, ¿qué le impulsó?
Al parecer, a Oppenheimer le encantaba el reto de resolver intrincados problemas científicos y técnicos.
‘Si eres científico crees que es bueno averiguar cómo funciona el mundo; que es bueno averiguar cuáles son las realidades; que es bueno entregar a la humanidad en general el mayor poder posible para controlar el mundo y tratar con él según sus luces y sus valores’, dijo en un discurso en Los Álamos justo al terminar la guerra.
Era un adelantado a su tiempo…
Como joven profesor de Física en los años 30, Oppenheimer se había hecho un nombre en la Universidad de Berkeley como alguien que motivaba y empujaba a sus estudiantes hacia la vanguardia de la teoría científica.
De hecho, curiosamente, el propio Oppenheimer nunca obtuvo el reconocimiento que merecía el innovador trabajo teórico que él y sus colegas realizaron antes de la guerra sobre los agujeros negros de masa estelar. Provocados por el colapso del núcleo de supernovas de estrellas masivas, los astrónomos tardaron varias décadas en confirmar los cálculos de Oppenheimer de que las supernovas crean agujeros negros de masa estelar.
Su participación en la Segunda Guerra Mundial.
Oppenheimer, irónicamente, fue reclutado para el Proyecto Manhattan por el General de División del ejército estadounidense Leslie Groves, ingeniero de formación que comprendía las dificultades de una empresa tan complicada. Muchos de los colegas de Oppenheimer se sorprendieron cuando Groves eligió a Oppenheimer, un teórico en lugar de un ingeniero o físico, para dirigir el laboratorio de Los Álamos. Pero seguramente, el general de división supo ver el potencial de Oppenheimer para ser un líder eficaz.
Para empezar, y como reconoció, a Groves le impresionó que Oppenheimer se diera cuenta de que la construcción de un arma atómica de ese tipo requeriría intrínsecamente un enfoque interdisciplinario:
’Oppenheimer imaginó cuatro grandes divisiones dentro del laboratorio: física experimental, física teórica, química y metalurgia y, por último, artillería’, señalan Kai Bird y Martin J. Sherwin en su libro de 2005, recientemente editado en español, y que os recomiendo encarecidamente, ‘American Prometheus: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer’. ‘Los jefes de grupo de cada una de estas divisiones rendían cuentas a los jefes de división, y éstos a Oppenheimer’, añaden.
Era como pastorear gatos…
La capacidad de Oppenheimer para reunir a un grupo tan dispar de científicos para trabajar en equipo en las circunstancias más difíciles era extraordinaria. Las comodidades dentro del campamento de Los Álamos eran casi inexistentes. Y la presión intelectual del día a día para que todo saliera bien pasó factura.
Pero, por encima de todo, Oppenheimer era un hombre que hacía lo que se le pedía por el país que amaba.
‘Hice mi trabajo, que era el que se suponía que tenía que hacer’, dijo Oppenheimer en 1954 en una audiencia del gobierno de EE.UU. en Washington. ‘Yo no estaba en una posición de formulación de políticas en Los Álamos. Habría hecho cualquier cosa que me hubieran pedido, incluso fabricar las bombas con otra forma, si hubiera creído que era técnicamente factible’.
Trinity fue el nombre en clave que Oppenheimer otorgó a la primera prueba atómica del Ejército de Estados Unidos, que tuvo lugar en las áridas llanuras del desierto de la Jornada del Muerto, en Nuevo México. Allí, a las 5.29 AM hora local del 16 de julio de 1945, un destello cegador iluminó el cielo seguido de un hongo nuclear a 41.000 pies de altura.
La geopolítica mundial jamás volvió a ser la misma.
Incluso a una distancia considerable del lugar de las pruebas, ‘los caballos del establo de la Policía Militar seguían relinchando asustados; las paletas del polvoriento molino de viento a motor Aer del Campo Base seguían haciendo girar la energía de la explosión; las ranas habían dejado de hacer el amor en los charcos’, escribe Richard Rhodes en su magnífico libro, The Making of the Atomic Bomb.
Pero a pesar de todo el bombo y platillo de la posguerra sobre los beneficios de la era atómica, al final, uno no puede evitar sentirse ambivalente ante el desarrollo de un arma tan espantosa. La Física en una sociedad utópica permitiría todos los beneficios de la energía nuclear sin el riesgo de que tal poder cayera en manos malévolas. Pero cualquier civilización que empiece a comprender las fuerzas del cosmos aprenderá pronto a aprovechar su poder en bruto.
En realidad, el universo está lleno de acontecimientos naturales de alta energía capaces de aniquilarnos en un abrir y cerrar de ojos. La fusión de nuestra propia estrella, que nos ilumina y calienta, hace que cualquier producción nuclear aquí en la Tierra parezca realmente insignificante.
Pero bueno, Oppenheimer lo resumió mucho mejor en una conferencia en 1953: ‘Tendremos que aceptar el hecho de que ninguno de nosotros sabrá nunca realmente mucho’.