18.263 días llenos de emociones... y vida.
'Hablo con la autoridad que da el fracaso', F. Scott Fitzgerald
438.312 horas de vida, poco para el medio millón. 50 años. Toda una vida, y esperemos que mucho por vivir, y, como viene siendo habitual, toca detenerse y pensar. Sí, por aquello de que el paso del tiempo va dictando nuestras edades. Todo evoluciona, los sueños, la capacidad de relacionarse y de enamorarse, la impaciencia…
¿Qué habrá sido de cada una de estas edades? ¿Cómo lo habré hecho? ¿Dónde está la frontera entre cada una de ellas? ¿Sois conscientes de ello?
Un día dejamos de ser jóvenes y empieza la madurez. Sí, ese momento en el que llega la hora de detenerse, reflexionar, hacer balance y contemplar con más sabiduría y tolerancia lo que ocurre a mi alrededor. Y el tiempo pasado ¿en qué se ha quedado? Como os decía, no me he enterado de haber transitado por esas ‘edades del hombre’ y me parece que todavía hoy contemplo la vida y me enfrento a ella como si tuviese veinte años; solo me devuelve a la realidad lo inevitable de la menor capacidad física para según qué cosas y la acumulación de preocupaciones ‘reales’ que con 20 años eran mínimas.
50 años. Cinco décadas. Más de media vida. ¿He aprendido la tolerancia poco a poco a lo largo de estos años? ¿Me disgustó de golpe el que me defraudaran, o tuvieron que hacerlo muchas veces? ¿Cuándo comprendí el significado del Amor? ¿del primero? ¿y del último? ¿Cuándo descubrí la Pasión sin dejarme vencer por ella? Por eso creo que escribo, por eso creo que hago fotos, por eso creo que comparto estas cosas… Quién sabe si todo esto será una especie de legado.
Y es que todavía creo que he empezado ayer a vivir. Estoy convencido de que no he vivido bastante. Esta impaciencia mía con el tiempo transcurrido es en sí mi verdadero canto a la vida. Un largo camino por una escarpada montaña o una singladura por un mar en calma pero con repentinas tormentas. Y sin embargo, no sé cómo explicar, que la añoranza de la juventud tiene poco que ver con la envidia por la edad primera o con la desesperación por la vejez.
Dice una canción que ‘un tiempo para la cosecha, un tiempo para la siembra. Las verdes hojas del verano me están llamando para que vuelva a casa. Era bueno ser joven entonces, estar pegado a la tierra. Pero ahora las verdes hojas del verano me llaman de vuelta a casa’. Y sí, no he dicho que las hojas del retorno estén secas o llenas del barro invernal, sino que mantienen el verdor del verano, porque siempre es momento de siembra. Sí, siempre!!!
Nos hacemos mayores, pero eso no es lo importante, no tiene importancia esa batalla perdida de antemano; sino lo que hacemos frente a esa condena de lo inevitable. No hay una actitud más cobarde que otra, más resignada que otra, más o menos valiente, más o menos alegre. Todas son válidas. Tanto del que se fía de un santo que lo subirá al cielo, como del que sabe que le viene una siguiente vida como gorrión o del que piensa que allí se acaba todo y sus restos quedarán esparcidos por un jardín o su mar.
El caso es que se vive y se muere como a uno le dicta el corazón. Y como nadie sabe cuando le toca, el corazón no debe engañar a nadie y muchos menos, a uno mismo. La virtud de la juventud es no poder prever: a los veinte uno no sabe lo que le espera y bebe la vida a grandes sorbos. Le tiene miedo, le enamora, le impacienta. A partir de los cuarenta y pico también, pero ya no le engaña. Y ¿en el futuro? Pues supongo que le tiene miedo, le impacienta y, a veces, le enamora, pero todo lo recibe encogiéndose de hombros.
El caso es que desde hace demasiado tiempo no hago propósitos de año nuevo, y aprovecho mis cumpleaños para hacerlo. Cuatro tonterías, a lo sumo. No es que odie la Navidad eh! Ella está ahí, pero yo también. Nos soportamos con el afecto que da la distancia y algunas historias a medias y la ilusión de los que tenemos alrededor. A ella, a la Navidad, le gusta hacer preguntas del tipo ¿qué has hecho con tu vida este año? ¿Cuáles son tus planes? ¿Te apuntarás al gimnasio? ¿Por qué no se lo dices?
Es inevitable. Ese monstruoso diván llamado Navidad exige escribir esa Carta a los Reyes Magos que, de alguna manera seguimos anhelando. Lo que detestas y lo que anhelas. Lo que sí y lo que no.
Cosas que sí como la inteligencia, la honestidad, la belleza y la aventura. Los libros bonitos, las canciones de siempre y las películas de ahora, de ayer mismo. Los regalos sinceros, la modestia, la fidelidad, la lealtad y la certeza de algunas -tan pocas- cosas. El Amor y la Felicidad. Los Amigos. Mi Familia. Abelleira. Los nuevos proyectos. El ayudar a lograr que otros puedan. Mi apuesta, y quizás obsesión, por el legado, por dejar todo mejor de como lo encontré. La tortilla de mi pueblo, ese negroni siempre en buena compañía, algún capricho llamado ‘Tasquita’, ‘Alabaster’, ‘Nado’ o ese salpicón de ‘Garelos’ contigo, y las barras de madera donde las cosas no han cambiado. Y, siempre, Tú.
No a la altivez, el cinismo (cómo agota) y la pereza (¿no os da la sensación de que todo el mundo se ha rendido y abandonado a la suerte que otro decida?). Tampoco a los egos y mucho menos a los falsos humildes. Las banderas, el estar siempre con el móvil sobre la mesa, las camisetas con mensajes hipócritas y absolutamente to-da-la-mierda que emiten por ese trasto de plasma, led o el que tengáis y que ilumina el salón. No a los amigos sin memoria (por algo lo he puesto con minúscula), a las ‘mosquitas muertas’, ni a quien disfraza de excusa cada miedo, todo lo que viene antes del ‘pero’ no importa, no a los vendedores de humo ni los arrogantes, ni al imbécil de turno que insiste en que no merece la pena. Porque no es verdad.
Lo dicho, no concibo más propósito para este año que una sonrisa en la cara de mi gente y más hipoteca que una botella de vino en la mejor compañía. Que lo que hagamos sea para sumar, y que nos divierta, que abra nuestro corazón hacia los demás. No quiero ver más gente aquí que no arriesgue ni sepa que esto, que todo, es un juego. Y por supuesto no puedo con quien decide no jugar. Hay que jugar. Me acercaré a quienes no ambicionen el poder, a quienes sepan reírse de si mismos.
Y todo esto después de, aproximadamente 18.263 días vividos. Toca emborracharse de vida. Descubrir que no está todo hecho. Seguir poniendo granitos de arena a eso de cambiar munditos. Dejar de tener miedo. Y es que la vida es mucho más interesante cuando hacemos un pequeño esfuerzo.
¿Me acompañas? Dime que sí.
Ah! y a partir de ahora, que uno ya tiene una edad, y como diría alguien que también está de cumpleaños, pero me lleva 20 de ventaja: ‘lo importante es tener salud… y dinero para ir al médico‘.
Y termino pidiendo un favor: Dadme sorpresas. Regaladme vértigo… Siempre!
Gracias por acompañarme hasta aquí, gracias a ello soy quien soy, y mil perdones por todo aquello que haya podido hacer mal y molestaros.
Gracias por compartir, José Luis. Reflexiones que calan hondo.
Enhorabuena por el camino recorrido y los aprendizajes!
Gracias a ti, José Luis y felicidades